Olin Mendoza
Se toma el té a las 6 de la tarde “la hora más bonita” según ella, porque el día sale y la noche entra. Sin nada de azúcar pues lo dulce le adormece las ideas. A el le gusta la soda fría como sus entrañas, y los cigarrillos que sepan a hierba.
Les enamora mirarse a los ojos y descifrarse la pupila, dándose cuenta que lo tienen todo. “Se aman” dicen muchos; pero en realidad no tienen idea de que es lo que ellos sienten.
Se relatan sus días aburridos o extravagantes, los sueños de la noche anterior, se juegan los cabellos y susurran los oídos, bromean con el afán de no dejar de ser niños. Son amigos y son amantes. Solo son ellos y el universo en un vaso de licor. Se llaman con seudónimos para mostrar ese amor, un tanto dulces un tanto grotescos. Se celan porque asimilan que “uno es del otro”.
A veces hacen el amor tres veces al día, pero cuentan que siempre tiene un sabor diferente. Ella es Carola, el es Bartolomé. La gran diferencia ahora es que ella es mujer, y el es hombre. La gran diferencia es que ya no son ellos. Ahora están solos, muy solos, sin nada más que decir.
Se aman como siempre y se extrañan como nunca. Esperan la llegada detrás de la puerta, y la gran diferencia es que no pasara, ya dejaron de ser uno. Ya lo dejaron todo. Dejaron su mundo en manos de otro.
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