miércoles, 2 de octubre de 2013

Los ojos del que la contempla 1999-2004

Francisco Enríquez Muños 



El coito en sí no es pornográfico, el coito es el coito, sin más. Para que un coito sea pornográfico es necesario que alguien lo filme, o lo fotografíe, o lo dibuje, o lo describa y que alguien más diga que es pornográfico. Un coito per se no es pornográfico.
Más o menos primitivo, más o menos civilizado, el ser humano es una ficción de sí mismo y de su realidad. Es el único animal capaz de desarrollar todo un universo lúdico y de fantasía en torno al coito y al margen de su función procreadora. No existe un solo pensamiento humano que no esté mancillado por el coito, y fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada pornográfico.
A mediados del 2009, la modelo Kathleen “K.C.” Neill fue arrestada por la policía de Nueva Cork, luego de que posara desnuda para el fotógrafo Zach Hyman en el Museo Metropolitano de Nueva York, donde se exhiben cientos de desnudos artísticos. La policía acusó a la modelo de “exposición pornográfica en espacio público”. Sin un hilo de ropa encima, “K.C.”, de 26 años, bailó y corrió por unos instantes en una sala del museo. Zach Hyman es conocido por fotografiar a mujeres en pelotas en espacios públicos, particularmente en el Metro.
Si alguien mira a una mujer desnuda, como “K.C”, en la sala de un museo y se siente movilizado a masturbarse, ¿entonces esa mujer es pornográfica? La pornografía depende de la reacción que despierte en cada uno de nosotros. La pornografía, como la belleza, está por entero en los ojos del que la contempla. Y cuando nuestros ojos están cargados de preceptos moralistas, vemos pornografía en todas partes.
Por muy espontánea que se le crea, la belleza siempre oculta la complicidad con otros. No sé cómo una mujer, toda mujer, podría ser bella si no hubiese varios espíritus dotados del sentido de la belleza para reconocerla como tal. Lo bello se admira en la naturaleza, se exige en las producciones artísticas y, en todo momento, se acepta o se rechaza en nuestro cuerpo. Si alguien me preguntará qué es una mujer bella, le respondería que aquella cuyas tetas rebasaran el tamaño de mis manos. La belleza, como la pornografía, es educación y prejuicio. En su Summa Theologicae, Santo Tomás de Aquino asegura que la belleza tiene un origen sensual. Para él lo bello debe reunir tres prerrequisitos para ser contemplado como tal: perfección, proporción y claridad. Así, encontramos bella la figura de una Barbie, una escultura de Lorenzo Bernini o las alas de una libélula. Pero lo bello también puede ser imperfecto, desproporcionado y oscuro. La decimonónica Ley surrealista del siglo XIX, avant la lettre, sentencia: «bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección entre una máquina de coser y un paraguas». Lo bello debe sorprender, cavar un hoyo en la memoria y echarse a dormir para luego interrumpir nuestros sueños (o pesadillas) en el momento menos esperado. La estética (más de un filósofo lo ha reflexionado) ofrece diversas categorías y formas de acercarse y percibir lo bello: la piel cromada de un revólver, una cicatriz justo arriba de unas nalgas, son bellas y pornográficas como el consolador guardado en el bolso de una dulce abuelita, como el humo del cigarrillo post coitum, como un chupetón en el cuello, como los quejidos ratoniles de una cama, como una Lolita saboreando un nutritivo plátano frente a un monasterio, como el letrero parpadeante de un hotel, como una cerveza fría a las tres de la mañana, como los vidrios empañados de un coche, como los sonidos líquidos de una felación, como los diamantes que brillan en el semen esparcido sobre una vulva, como una televisión encendida iluminando la ropa vacía de dos mujeres y un hombre, como un condón usado sobre un
buró, como una delicada tanga que se desliza en un camino largo y sinuoso, como el jazz que se oye a lo lejos, mientras los besos y las caricias son sólo el preámbulo del próximo acto que terminará con la luz azulada del amanecer, como un par de piernas femeninas enfundadas en seda, como un repartidor de pizzas, como una doctora, como una profesora de secundaria, como una playa, como un perro, como un caballo, como una muchacha embarazada, como un muchacho negro, como la caca, como un tatuaje.
Dicen, los que saben, que lo pornográfico es todo aquello que hace que la hormona mate a la neurona. Si aplicas el adjetivo a una persona, lo pornográfico será fugaz y escurridizo. Fugaz porque durante una cuestión de un segundo, un gesto muy simple puede transformar a quien lo realiza en alguien deseable (eso explica por qué puedes desear a tu vecina gorda y bigotona por un instante, mientras ella mueve ligeramente la cabeza para acomodarse el cabello). Por esto mismo, en 99% de los casos, la pornografía es un mero producto de la casualidad. En cualquier objeto y bajo cualquier aspecto que se le considere, la belleza y la pornografía adquieren diferentes nombres.
Todo posee un grado de pornografía porque todo afecta nuestra alma. Un baile, una novela, un cuento, un poema, un ensayo, una escultura, un edificio, una pintura, una fotografía, un olor, un sabor, una idea, una mueca, un estado de ánimo, una prenda, un lugar, un trabajo, una hora, un par de tetas que rebasen el tamaño de mis manos, todo, absolutamente todo, nos agrada o desagrada de alguna manera, y todo, absolutamente todo, es pornográfico. El resultado es obvio: si todo es pornográfico, nada lo es. Pero afirmar que algo es pornográfico es lo mismo que decir que algo me desagrada. Entonces ¿es pornográfica la foto de un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico?
Ceci n’est pas une pipe («Esto no es una pipa»). Adaptemos esta frase tantas veces manoseada (lengüeteada al límite del cliché) con que René Magritte estableció la frontera entre objeto palpable y representación artística:

Esto no es un pene erecto; esto no es una vagina lubricada; esto no es una pipa: es un lienzo cubierto con óleo. Esto no es un hombre desnudo taladrando a una mujer desnuda: es un papel cubierto con luz.

Son nuestras percepciones quienes gobiernan y dirigen nuestros juicios y razonamientos. En cualquier caso la pornografía requiere de la animalidad para tener un significado. ¿Por qué dos de las principales características del ser humano son su insatisfacción dolorosa y su constante crítica de sí mismo? Porque sólo así puede vencer a la animalidad.













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