Yo me encontraba sentada en la oscuridad de mi habitación,
leyendo un libro que jamás había sido escrito, cada una de esas bellas páginas
estaba en blanco y no podía evitar sonreír ante aquellas ideas sin existencia.
En cierto momento estiré mi brazo para agarrar el bolígrafo y mancharlas con mi
imaginación retorcida. ¡Sobre el papel se encontraría la perversión de mi
mente! Pero sucede que cuando termine de escribir la última palabra, todas las
letras se tornaron en pájaros de tinta, se fueron volando y en el aire se
esfumaron, dejando otra vez hermosas y níveas aquellas páginas. Miré complacida
como desaparecían. Todas aquellas golondrinas se fueron, menos una. ¿Por qué?
¿Por qué no desaparecía? Y aún más extraño; ¿Por qué se ocultaba en las
sombras? Me dispuse a saberlo. Cuando la encontré escondida le pregunté
qué era lo que quería. Mientras las palabras dejaban mis labios pude verla; no
era una de mis bellas golondrinas de tinta, era un ave con piel humana, un
asqueroso animal con ojos que todo veían. Cuando me vio con aquellos ojos, se
rió de mi existencia. ¡Se rió, carajo! ¿Cómo se atrevía? Me llené de furia y la
bestia se rió más. Intenté atraparla y de ahogar sus risas, de verdad que lo
intente pero siempre se posaba lejos de mi alcance. Así que decidí esperar.
Aguardé tranquila, la vi caminar y volar, también la observé alimentarse de la
oscuridad que cubría mi habitación, durante 39 días se dedicó a comer, hasta
que no quedó nada, solo una habitación blanca, con cientos de libros de los que
alguna vez habían brotado aves de tinta pero ahora se encontraban apilados y
con páginas inmaculadas. Con el estómago hinchado, por fin se estuvo quieta la
bestia y yo estaba dispuesta a matarla. Me abalancé sobre de ella y alzó el
vuelo pero no tenía escapatoria.¡Yo estaba dispuesta a matarla!
Con cada momento de la persecución estaba más cerca de atraparla. Daba manotazos al aire pero el ave nada mas volaba de esquina a esquina. En una de esas sentí como se posaba en mi nuca. Ya era mía. Con rapidez coloque ambas manos alrededor de mi cuello, estaba segura de que la había atrapado y la mataría. Y apreté con fuerza, así habría de morir la bestia pero todavía la podía sentir respirando. Apreté aún con más fuerza, mis músculos se tensaron y no quedo más aire en mis pulmones. Caí al piso, muerta aunque con una sonrisa; ¡Finalmente había matado a la bestia!
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