La pluma de mis dedos se sostiene
danzante, quizá aun no se adhiere a mi pulso. Tinta ajena que acostumbra a
escribir cuentas y totales…
Tal vez no escriba en el mejor lienzo,
pero las ideas sólo corren sin prudencia, sin permiso, sin paciencia…
Sigue dando un par de vueltas, pero
poco a poco se incorpora a la música de fondo, y las letras van tomando una
inclinación fluida y uniforme; continua.
Aun no descifro lo que terminará
grabado en la servilleta desdoblada y frágil, ¿será algo nuevo? No lo sé, dudo
de ello…siempre hay una tendencia que impulsa al ser a creer que es único, a
sentirse como ningún otro, a vanagloriarse de lo que constantemente absorbe de
otro lugar.
Hasta hace dos horas había creído que
el tiempo dibujado era una creación sublime, y me encontré con los relojes
derretidos de Dalí, el grande; tal vez dejar al tiempo sobre un árbol sea mejor
que permanecer bajo su mando.
Ayer no dejaba de contar los minutos
del monitor y sin embargo disfrutaba como nunca una charla muda musical
transportadora; tal vez mi vicio sea depender del miedo a no desnudar mi alma, incluso
en los momentos más liberadores, al ver los segundos correr porque quisiera
irme tras ellos y escapar de mí misma. Tal vez no acepto que el amor caduca y
que soy inconforme crónica o voluble y caprichosa; que me atraen los opuestos
menos apuestos, porque sé ver más allá de lo temporal, lo caduco; pero tal vez
también soy esclava del vicio que es crearme nuevas realidades adictivas, que
me hacen dormir hasta las mañanas.
Cuando creo ya no creo nada. No me
engañan ya mis versos; sé que no son míos, y tampoco de nadie. No sé qué
demonios soy.
La lluvia me perseguía y regresé a éste
sitio con tal de disfrutar los sorbos cómodamente y pensar en todo y nada a la vez y crearme una
nerviosa ansiedad que acrecienta cuando ya estoy a punto de acabar el café y
abarcar un extremo del papel casi transparente, repleto de garabatos
remarcados.
Mi estómago siente una ráfaga de
disparos de emociones que no sé de dónde vienen, la premonición comienza, y
será descifrada más tarde, cuando respire profundo sobre mis piernas en nudo
cálido.
“No hables con extraños” (pronuncia mi
hermana en textos), pero yo quisiera ver algo nuevo, quisiera sorprenderme y
salir de una monótona tarde solitaria, tengo ganas de burdo romanticismo, de
algo inigualable; quisiera versarle a alguien lo que ha dicho Sabines o
cantarle a no sé a quién lo que me ha hecho llorar y sonreír simultáneamente.
Quisiera dejar todo esto que he escrito
sobre la mesa poligonal e irme al ritmo de “Some kinda love” quitándome la
ropa, pero sé que al cruzar la acera volveré al mundo común e insípido, donde
los taxis circulan ofreciendo un viaje y los hombres recurren a la vileza con
palabras que irritan mi caminar, donde los sonidos se confunden con el
siguiente comercio, donde hay una fiesta baja y una mezcla de cosas bizarras y
aturdidoras.
Veo en la siguiente mesa a un par de
chicos que coquetean; juegan el juego de la seducción. Seguramente son felices
por hoy, porque una tarde lluviosa los une y les brinda un café y un postre.
Ojalá mañana no se decepcionen, ojalá no conozcan las lágrimas que el viento
frío y seco arroja por las calles amargas… ojalá mi taza fuera interminable
para no partir.
Una abeja se perdió en el trampantojo
multicolor, ya no sabe a dónde ir. Y hace tres horas una paloma recorría el
baño de mujeres. Sentí la tristeza en la respiración del ave que maltratada se
perdía en la blancura de los mosaicos. Pude ver la desesperación de estar en un
jardín forzado, confundida por los vitrales, de los que atraviesan los rayos
que imitan la luz falsa.
No sé por qué tenemos que extraviarnos
si estamos hechos para recorrer un curso específico. Espero que la abeja y la
paloma y yo no tardemos en encontrar la salida.
Un beso se ha liberado. Y ahora se
marchan. ¿Todo para eso?
La vida no es sólo un beso y ya. Un
beso no es el final; el final son los sueños, los anhelos que nunca terminan.
El final es la ironía de volver a comenzar, de repetirse una y otra vez y
también mutar e imitar a la mariposa. El final para mí ha llegado, pero tan
sólo el final de estar en este sitio que me impulsó a agarrar una servilleta
ligera y una pluma ajena y con pulso impaciente y un ritmo desmesurado
escribirlo todo. (Una mueca extraña se
dibuja en mi rostro al ver a un niño pedir unas monedas…)
Ahora comienza un viaje, la vida no
para porque está sujeta a un ritmo constante, a veces limitante y estrecho, que
imita al círculo.
Y restan veinte para las seis de la
tarde, y a las ocho me encontraré en la habitación seis del primer piso
repitiendo acordes que tranquilicen mi mente y me impidan pensar en números
solamente.
El helado sudor de mis manos denota un
nerviosismo que no conjeturo ahora. El café ha hecho efecto. Mis pies
despegarán del tubo del asiento. Ahora andemos, andemos con el tiempo.
Fotogrfía por Cinthia Domínguez
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