domingo, 11 de noviembre de 2012

"En una servilleta" por Jimena Jurado


La pluma de mis dedos se sostiene danzante, quizá aun no se adhiere a mi pulso. Tinta ajena que acostumbra a escribir cuentas y totales…
Tal vez no escriba en el mejor lienzo, pero las ideas sólo corren sin prudencia, sin permiso, sin paciencia…
Sigue dando un par de vueltas, pero poco a poco se incorpora a la música de fondo, y las letras van tomando una inclinación fluida y uniforme; continua.
Aun no descifro lo que terminará grabado en la servilleta desdoblada y frágil, ¿será algo nuevo? No lo sé, dudo de ello…siempre hay una tendencia que impulsa al ser a creer que es único, a sentirse como ningún otro, a vanagloriarse de lo que constantemente absorbe de otro lugar.
Hasta hace dos horas había creído que el tiempo dibujado era una creación sublime, y me encontré con los relojes derretidos de Dalí, el grande; tal vez dejar al tiempo sobre un árbol sea mejor que permanecer bajo su mando.
Ayer no dejaba de contar los minutos del monitor y sin embargo disfrutaba como nunca una charla muda musical transportadora; tal vez mi vicio sea depender del miedo a no desnudar mi alma, incluso en los momentos más liberadores, al ver los segundos correr porque quisiera irme tras ellos y escapar de mí misma. Tal vez no acepto que el amor caduca y que soy inconforme crónica o voluble y caprichosa; que me atraen los opuestos menos apuestos, porque sé ver más allá de lo temporal, lo caduco; pero tal vez también soy esclava del vicio que es crearme nuevas realidades adictivas, que me hacen dormir hasta las mañanas.
Cuando creo ya no creo nada. No me engañan ya mis versos; sé que no son míos, y tampoco de nadie. No sé qué demonios soy.
La lluvia me perseguía y regresé a éste sitio con tal de disfrutar los sorbos cómodamente y pensar  en todo y nada a la vez y crearme una nerviosa ansiedad que acrecienta cuando ya estoy a punto de acabar el café y abarcar un extremo del papel casi transparente, repleto de garabatos remarcados.
Mi estómago siente una ráfaga de disparos de emociones que no sé de dónde vienen, la premonición comienza, y será descifrada más tarde, cuando respire profundo sobre mis piernas en nudo cálido.
“No hables con extraños” (pronuncia mi hermana en textos), pero yo quisiera ver algo nuevo, quisiera sorprenderme y salir de una monótona tarde solitaria, tengo ganas de burdo romanticismo, de algo inigualable; quisiera versarle a alguien lo que ha dicho Sabines o cantarle a no sé a quién lo que me ha hecho llorar y sonreír simultáneamente.
Quisiera dejar todo esto que he escrito sobre la mesa poligonal e irme al ritmo de “Some kinda love” quitándome la ropa, pero sé que al cruzar la acera volveré al mundo común e insípido, donde los taxis circulan ofreciendo un viaje y los hombres recurren a la vileza con palabras que irritan mi caminar, donde los sonidos se confunden con el siguiente comercio, donde hay una fiesta baja y una mezcla de cosas bizarras y aturdidoras.
Veo en la siguiente mesa a un par de chicos que coquetean; juegan el juego de la seducción. Seguramente son felices por hoy, porque una tarde lluviosa los une y les brinda un café y un postre. Ojalá mañana no se decepcionen, ojalá no conozcan las lágrimas que el viento frío y seco arroja por las calles amargas… ojalá mi taza fuera interminable para no partir.
Una abeja se perdió en el trampantojo multicolor, ya no sabe a dónde ir. Y hace tres horas una paloma recorría el baño de mujeres. Sentí la tristeza en la respiración del ave que maltratada se perdía en la blancura de los mosaicos. Pude ver la desesperación de estar en un jardín forzado, confundida por los vitrales, de los que atraviesan los rayos que imitan la luz falsa.
No sé por qué tenemos que extraviarnos si estamos hechos para recorrer un curso específico. Espero que la abeja y la paloma y yo no tardemos en encontrar la salida.
Un beso se ha liberado. Y ahora se marchan. ¿Todo para eso?
La vida no es sólo un beso y ya. Un beso no es el final; el final son los sueños, los anhelos que nunca terminan. El final es la ironía de volver a comenzar, de repetirse una y otra vez y también mutar e imitar a la mariposa. El final para mí ha llegado, pero tan sólo el final de estar en este sitio que me impulsó a agarrar una servilleta ligera y una pluma ajena y con pulso impaciente y un ritmo desmesurado escribirlo todo.  (Una mueca extraña se dibuja en mi rostro al ver a un niño pedir unas monedas…)
Ahora comienza un viaje, la vida no para porque está sujeta a un ritmo constante, a veces limitante y estrecho, que imita al círculo.
Y restan veinte para las seis de la tarde, y a las ocho me encontraré en la habitación seis del primer piso repitiendo acordes que tranquilicen mi mente y me impidan pensar en números solamente.
El helado sudor de mis manos denota un nerviosismo que no conjeturo ahora. El café ha hecho efecto. Mis pies despegarán del tubo del asiento. Ahora andemos, andemos con el tiempo.

Fotogrfía por Cinthia Domínguez
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