lunes, 30 de septiembre de 2013

Los Espacios En Mi Vida.


Alejandra Salvador García 





 ¿Acaso alguien me escucha? no lo creo, mi llanto, mi pesar es el compañero de estas noches… oscuridad austera. Miedo, angustia, desesperación, lo puedo decir porque soy capaz de sentirlo, no puedo advertirlo porque simplemente soy humano. Me carcome el alma, me irrita la piel y hace que ardan mis entrañas, la mucosa que cubre mis órganos. Tengo terror, no quiero terminar así, hace algún tiempo –cuando mi tiempo-, no tenía límite, y no existía la temporalidad, en ese presente brillaba la luz. Embriagarme del elixir de la paz y la sabiduría, tener conciencia de ello, e ilustrar para renacer. Cada alborada de estas noches de destierro parece no tener final, las noches parecen ser las mismas, una tras la otra, parecen no tener final, sólo parecen.

 II

 No es una indirecta… es un poema para ti, y para aquél, ah y -¿viste al que paso?, ok, aquellas palabras también son para él, aaa y para el chico de la otra noche, ah y para el que te presente que era mi amigo, (jajaja); mmm, también para el que conocimos juntos, ¡cierto! y para mi amorè, igual son para el niño más dulce que robo mi corazón algunos años atrás y que luego se fue, y también para un chamoy extraviado, ¡oh sí! y también para el que me acaba de llamar… y así fue como me hice poeta. Me preguntaba, ¿dónde estás? para aliviar los sinsabores, para recordar, para experimentar, para alegrarme; hasta para alimentarme, instruirme, disfrutarte, sonreírme…sonrojarme, hacerme sentir que vuelo… malviajarme contigo y a tu lado; serenarme cuando es la ocasión, sacudirme cuando lo necesite, ejercitarme… discutir, compartir, llorar, así como endulzarme la vida a la par que sabe agriosito y chilosito.

 III 

 Mi abuela… una mujer tan fuerte y sabia, una mujer común que me salvo la vida dándome a beber un té de cabello de elote, quien pocas veces hablaba sin groserías, aquélla a la que las señoras, sus vecinas, pedían auxilio, usaba trenzado el cabello, vestía con mandil su tez se encontraba un tanto marchita, su cabello era grisáceo ya. Fuerte, aguerrida, con mal carácter, manteniendo el entrecejo fruncido la mayoría del tiempo; la persona más protectora, más noble, más tierna, cariñosa, inteligente, audaz, mi fuerza interna y mi coraje para seguir. Mi abuela escucho un día mis historias y toleró mis travesuras, compartió sus risas conmigo, y algunas dolencias igual, me alimentó uno que otro día, aliño mi cabello, paso su mano por mi frente, beso mis mejillas pálidas, y una noche estuvo al borde de la cama esperando a que la temperatura en mí cediera. Un día, simplemente mi flor se marchitó, hoy simplemente a mi abuela la amo.

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