Recolector de Olvidos

Irving Nava 

¿se han preguntado qué pasa con todo eso que olvidamos?
A mí en lo personal me gusta imaginar que se va a una isla lejana, donde todas las palabras, las promesas, los pensamientos, las citas, las personas... todo lo que olvidamos llega dentro de pequeñitas botellas, como mensajes de náufragos.
Ahí en la costa se encuentra un escritor ermitaño que se sorprende de todos los papelitos que hemos enviado por olvido. Destapa la botella y analiza si eso que tiene en sus manos es óptimo para escribirse en su gran libro de miles de millones de hojas; cuando lo es, toma una enorme pluma de alguna de las aves que sobrevuelan el lugar, la sumerge en luciferina (que se encarga de extraer noche a noche de todas las luciérnagas que se encuentra) y comienza a plasmar el pensamiento que alguien, en algún lugar del mundo, envió hacia esa isla desconocida.
Visto de día, el libro parece vacío, unas pequeñas manchas de agua que le han caído por accidente, cierto tono amarillento que el sol le ha impregnado; pero de noche, la sustancia que utiliza como tinta se mezcla con el oxígeno y comienza a brillar.
Sin embargo, cuando el escritor habitante de tan lejano lugar considera que lo que tiene en sus manos es insignificante, prende una hoguera y alimenta la llama de todos esos olvidos insulsos.
¿les ha pasado que sienten que "olvidan algo", y tal sensación se nos queda durante el día, no nos deja de molestar, nos preocupa y nos hace pensar y pensar? pues es precisamente porque ése olvido se está quemando en la gran hoguera.

Así mismo, algunas noches un vago pensamiento cruza por nuestra mente, pasa unos segundos y se pierde con una exhalación: esto es ocasionado por el destello enorme que irradia el gran libro de olvidos, que está ahí, fosforesciendo todos los olvidos.
Quizás por ello nunca me he sentido triste o preocupado por cosas que no recuerdo, o por cómo la vida ha borrado cosas en mi historia, porque sé que todas las noches brilla junto a todos los pensamientos que ustedes también han mandado para el ermitaño, que no es más que un recolector de olvidos.