martes, 1 de octubre de 2013

En el templo del suicidio interno.

Sarai Marban 


Sencillamente soltaste mi mano
abandonaste el camino,
con lágrimas saciaste al amor que alimentaba una gran ilusión.

Ahora me pregunto dónde estar,
 persisten las ideas,
 y las dudas se desenvuelven,
invocando así una rabia
 como el choque de las olas.

Los pensamientos eran silenciados
 lentamente con besos pasionales.
Y ese brillo especial dibujaba los gestos
y controlaba los estragos.

Tan solo al caminar a su lado
congelaba la angustia
 y el mareo enfermizo.

 El vertido calaba poco a poco
 todos mis sentimientos,
 que sentían aproximado el abismo de un adiós.
 Señales en la carretera desviaban el temor,
 al retorno de la ilusión

 Pensamientos se volvían invisibles así como su cuerpo
 desaparecía como todo a mí alrededor.
 Busque un refugio para la lluvia,
que se aproximaba y sin aviso cayó sobre mí,
 inundando todo lo que soy.

Mis labios se quebraban, secos,
sin sabor, un nudo en la garganta se apretaba más ahorcando mis esfuerzos.
Y mis ojos se hundían más,
y el brillo en ellos se apagaba distante mi piel se opacaba volviéndose de cartón.
 Bajo mis ojos las ojeras del cansancio,
ese rostro alegre se borraba y la derrota reflejaba.
Pero todo en mi interior no tenía comparación,
 ni absoluta descripción



Los lazos de la infancia se rompían lentamente.
Se llevó la inocencia dejándome con el alma vacía.
 Las noches eran el templo del suicidio interno.
Donde siempre tristes gotas,
sobre la piel muerta caían.
Y el insomnio me ha atrapado en el anochecer,
 llevándose mi identidad,
 para dejarme sin fuerzas y totalmente sin nada...
Sin ti.

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