domingo, 16 de septiembre de 2012

"La sublimación del hombre del tiempo" por Jimena Jurado


Horas nocturnas pertenecientes al recuerdo perpetuo,
escuchas de aquella voz guardada en la memoria de un eco.
Mi sueño: visor de recuerdos que se incorporan a la palpitación,
que acrecienta cuando tu forma se torna en constante repetición.

Te vuelves respiración al inhalar tu aroma permaneciente en el viento,
conviertes tus manos en ágiles poetas, tus ojos son dueños del tiempo
y cuando te marchas me quedo con el retrosabor de tus cálidos besos,
con los silencios exquisitos que regeneran la melodía de nuestras voces,

con el calor de esos irresistibles secretos que pronuncias a mi oído
y la humedad de tu lengua y tu aliento, que me resguardan del frío.
Parece un sueño aquel furtivo y fugaz encuentro,
tan efímero, que por momentos dudo de lo real, de lo cierto.

Y mientras tanto, por los días te encuentro y somos sólo amigos.
Mientras tanto, yo te veo e imagino nuestros cuerpos en roces etéreos
y simultáneas caricias; te desnudo y me acerco un poco a tu mente,
nos bañamos en cóncavos besos y voy sintiendo tu ardiente pulso latente.

Siguiendo el curso de tu cuello y tu pecho, voy descendiendo como el río.
Mi boca busca el lúbrico encuentro, tu corpórea firmeza. (Camino al delirio)
Tu temperatura desprende la envolvente fragancia que me incita a absorber
cada partícula de ti y sorber de tus labios aquél enervante líquido con frenesí.

Conviertes en adicción mi deseo; alucinación y desvelo provocas,
excitación fulminante me ahoga. Hay gritos en los cielos vueltos gotas.
Tormenta tus pupilas y lagos mis senos, en donde yacerás en calma
hasta volver al alba, después de haber soñado juntos en la misma cama.

Mi imaginación vuela al compás de esa locura que provocas en mí,
y pronto vigilo tu mirada. A veces pienso que oyes mis deseos
e intento comunicarme entre sueños, aunque estés a mi lado despierto.
Sigo tu fragancia en el aire y llego a un estado volátil que me hace encontrarte.

Cualquier pretexto sirve para rozar tu piel, para tocar tu cabello,
acercarme a tu pecho, respirar en tu oído, abrazarte, darte un beso.
Eres inexplicablemente el fuego que pide mi vientre
y el beso que dota mi aliento, los brazos que mi cintura requiere.

Y poco a poco nos vamos volviendo uno, desde la sonoridad de la tarde
hasta la noche silente, que ilumina con su luna mi lecho ferviente.
Tú: mi absoluta religión que entre rezos y besos se forja.
Eres el templo donde el creyente se refugia,

Tus abrazos el círculo perfecto forman.
Tu silueta es mi pictórica sombra, la omnipresente vigilia,
el incesante espasmo y la afrodisíaca delicia.
Tu, hombre del tiempo: te has sublimado en caricias…


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